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Penitenciarismo y reinserción social (página 2)



Partes: 1, 2

Hay además otra consideración importante
que debe tenerse muy en cuenta. El penado no brota de una manera
espontánea, sin tener antes del delito relaciones con la
sociedad. A ella pertenecía, de ella recibía
influencias, en ella tuvo complicidades por regla general,
morales cuando menos; en ella encontró y ha dejado
personas que no eran mejores que él, que eran peores
acaso, y, en fin, sin tal o cual circunstancia, que parece
casual, en ella podía haber vivido honrada, o al menos
pacíficamente. O no se ha de saber nada del penado,
anterior al delito, sin lo cual no hay posibilidad de conocerlo,
o es preciso estudiarle cuando aún no había
delinquido, cuando parecía ser como los hombres honrados,
y lo era tal vez, y habría podido continuar
siéndolo. Así, pues, el penado es un hombre
más o menos culpable, más o menos ignorante,
más o menos extraviado, pero un hombre, en fin, y a quien
son aplicables las leyes morales, que no desconoce por lo
común, aunque las haya infringido una y muchas veces, y
esté dispuesto a infringirlas siempre.

Algo podemos contestar a la pregunta de ¿por
qué ha delinquido el penado?
Tal vez la verdad de la
respuesta estará más en relieve si hacemos al darla
una especie de paralelo diciendo:

El hombre fue
delincuente:

El hombre es
virtuoso:

Porque fue débil.

Porque es fuerte.

Porque fue egoísta.

Porque tiene
abnegación.

Porque fue duro.

Porque es sensible.

Porque no tuvo dignidad.

Porque es digno.

Porque fue material.

Porque fue espiritual.

Porque fue ignorante del
bien.

Porque conoce el bien.

Porque alteró una
armonía

Porque respeta la
armonía,

y se ha complacido en el
mal.

y se complace en el bien.

Porque fue activo para el
mal.

Porque ha sido activo para el
bien.

¿Y por qué no son delincuentes muchas
personas débiles, egoístas, duras, poco dignas e
ignorantes? Porque es una cosa muy compleja cualquiera
acción humana; porque además de los elementos que
tiene en sí, el hombre halla otros exteriores, recibe
influencias de que no dispone. Realmente, en las influencias
de la época
entran todas las exteriores que pueden
recibirse; porque según los tiempos, influye de distinto
modo la religión, se modifica la moral, se limita o se
extiende la ignorancia, obra el espíritu de familia,
tienta la miseria, la represión contiene y estimula la
impunidad. Pero a fin de apreciar mejor estos elementos, que
tienden a empujar al mal o desvían de él,
estudiaremos con brevedad, pero separadamente, los principales
elementos del medio moral en que nace y vive el hombre antes de
infringir la ley, examinando en capítulos sucesivos
cómo influyen: La religión; La familia; La
posición social; La instrucción; La opinión;
El natural.

La diferencia natural que existe entre los
hombres, como es verdad, debe decirse; como es ley, debe
respetarse; razón tendrá, y sólo nos incumbe
acatarla y estudiar sus efectos.

Aunque hay mucha diferencia natural en los
hombres, no constituye por lo común desigualdad
perjudicial o beneficiosa, porque las dotes por ellos recibidas
son, si no iguales, equivalentes, como conviene
a seres sociables, de cuyas inclinaciones y aptitudes varias
podrán resultar mutuos servicios. Estas diferencias son un
indispensable elemento de asociación fecunda en bienes, de
progreso, y revelan una superior armonía.

Por debajo y por encima de la masa general, y como fuera
de la regla, hay excepciones de personas que valen naturalmente
más o menos que la multitud, tienen mejores o peores
inclinaciones que ella, y más o menos inteligencia. En las
familias se habla de hermanos que, antes que haya podido
modificarlos una educación idéntica, parecen buenos
o malos; en las escuelas de niños que con menos trabajo
aprenden mejor, y en todas partes se dice de algunos hombres que
son tontos, o que no tienen una razón natural muy
clara
. Estas ventajas pueden no serlo en absoluto para el
individuo, y no es seguro que las cualidades superiores resulten
beneficiosas para el que las tiene, o de su carencia le venga un
mal. La tentación de acusar al que dotó a los
hombres tan desigualmente, pronto se contiene, por la
reflexión; en la mayor parte de los casos al menos, de que
las diferencias son o pueden ser equivalencias, o en que las
ventajas pueden no serlo para el que las posee. Las dotes
más brillantes, las de la inteligencia, unas veces parecen
alas que elevan dichosamente al que de ellas dispone, otras
pesada cruz que abruma al que la lleva.

¿Puede corregirse el penado?
¿Puede enmendarse?

Empezaremos por fijar bien el sentido de las palabras. Y
no pudiendo recurrir para ello en esta ocasión, como en
otras muchas, al Diccionario de la lengua, procuraremos pasar sin
su auxilio.

Corregir, significa modificar en el sentido del
bien algo que está mal, cosa o persona; corregir al que
yerra; corregir pruebas de imprenta o un instrumento para hacer
con él observaciones exactas; y se dice igualmente
corrección de estilo y corrección
de un penado: no hay duda que la palabra se usa en concepto
material y moral.

Enmendar, en el sentido en que empleamos ahora
esta palabra, es igualmente cambiar en sentido del bien algo que
está mal; pero no se aplica a las cosas, sino a las
personas. No se dice enmendar un nivel ni un manuscrito, ni
tampoco a un hombre, porque para la enmienda es necesario el
concurso del enmendado. Se corrige al que yerra para que se
enmiende, pero sin el concurso de su voluntad no se
enmendará. El pecador arrepentido, en el acto de
contrición, no implora la gracia divina para
corregirse, sino para enmendarse, y no hace
propósitos de corrección, sino de
enmienda.

Así, pues, ya porque la palabra corregir
se aplica indistintamente a cosas y a personas, lo cual no sucede
con la de enmendar, ya porque ésta expresa un
acto que no puede realizarse sin el concurso de la voluntad del
sujeto, la enmienda es una cosa más íntima,
más interior que la corrección; para enmendarse es
necesario corregirse; pero alguno puede aparecer corregido sin
haberse enmendado, porque la corrección es la
modificación ostensible, el hacer o abstenerse de una
cosa, el hecho, que puede tener móviles muy distintos; la
enmienda, además del hecho, es el pensamiento, es el
móvil digno y elevado, es un cambio interior que
corresponde al que se observa exteriormente; en fin, se comprende
que un hombre se corrija por razón, por cálculo,
sin arrepentirse; pero no puede haber enmienda sin
arrepentimiento.

Si no pareciere exacto este modo de apreciar la
significación de las palabras corregir y
enmendar, téngase al menos entendido que las
usamos en el sentido arriba expresado; que para nosotros,
corregirse es mejorar de conducta, y enmendarse mejorar de
pensamiento y de deseos; variar las causas de las alegrías
y de los dolores; modificar, en fin, el modo de ser moral. La
corrección corresponde a lo que se ha llamado honradez
legal
; la enmienda a la virtud, a la honradez verdadera, a
la moralidad. Dada esta explicación, para que la mala
inteligencia de las palabras no aumente las dificultades, que ya
son muchas, del asunto, entraremos en materia procurando
responder lo mejor que nos sea posible a esta pregunta:
¿Puede corregirse el penado? ¿Puede
enmendarse?

Bajo el punto de vista de la corrección y
enmienda, hay que hacer de los penados una clasificación,
no muy conforme con las que suelen hacerse. Es preciso lo primero
formar dos clases.

1.ª La de los que han hecho mal, contra
las influencias que los rodeaban.

2.ª La de los que han hecho mal cediendo a esas
influencias.

La primera clase tiene menor número de
individuos; pero la gravedad de su dolencia moral es mayor, y
tanta, que bien apreciada, deja en el ánimo el temor
fundado de no alcanzar por ningún medio curación
completa.

Cuando se ve un hombre infame, hijo de padres honrados;
que vio ejemplos de laboriosidad, y estuvo ocioso; de honestidad,
y fue lascivo; de compasión, y se mostró cruel; que
respondió con la práctica del vicio a las lecciones
de la virtud, y con desvío al amor; que no se halló
en más situaciones peligrosas que las creadas por
él; que desoyó las voces amigas, apartó las
manos protectoras, convirtiendo las vías del honor y de la
dicha en camino de vergüenza y perdición; no es
posible dejar de estremecerse al ver tanta maldad, y de dudar de
la eficacia de los medios que han de extirparla por
completo.

La perversión de estos delincuentes, que lo han
sido a pesar de todas las circunstancias que los rodeaban, no
debe medirse por el hecho. Culpables o inocentes, no hay dos
hombres iguales; la apreciación de toda moralidad ha de
ser individual; en la clase de penados que nos ocupa, como en
todas, hay grados de culpa, pero en todos existe como factor
común la dificultad mayor de que se enmiende el que fue un
malvado en circunstancias propias para ser un hombre virtuoso, y
hasta un hombre modelo.

Hay personas que atribuyen a las paredes de una celda, a
la soledad, al silencio, a las amonestaciones del
capellán, del director, del visitador de una
penitenciaría, virtudes verdaderamente maravillosas, a
cuya influencia no resiste perversidad ninguna. Nosotros creemos
en la eficacia de esos medios, pero no en su omnipotencia, y
dudamos que quien fue sordo a la voz de su padre, y con el llanto
de su madre no se ablandó, se conmueva mucho con la
palabra de personas que, aunque ilustradas y virtuosas, al cabo
son extrañas, y no pueden tener sino en mucho menos grado
la unción del amor.

Dudamos que se pueda decir nada esencial y eficaz, que
él no hubiera podido decirse antes de cometer el crimen,
al criminal bien educado y suficientemente instruido. Dudamos
poder introducir en la meditación que sigue al crimen,
nada esencial y eficaz, que no hubiese en la premeditación
que le precedió. Dudamos que aquella dureza, sin la cual
no hubiera ferozmente quitado la vida a una criatura que siente,
y hecho tanto daño a los que la amaban, dureza que debe
ser muy empedernida, cuando no se ablandó en una
atmósfera propia para excitar la sensibilidad, ceda al
calor de la exhortaciones, del silencio, del poder de la
disciplina penitenciaria.

La segunda clase bajo el punto de vista de la
corrección y enmienda, la más numerosa, comprende a
los penados que han recibido influencias perturbadoras y como
auxiliares del mal. La miseria, la ignorancia, el pernicioso
ejemplo, algún género de fanatismo, etc. Se
comprende la necesidad de nuevas subdivisiones en esta clase, si
hemos de formar alguna idea de lo que en ella puede influir el
sistema penitenciario. Distinguiremos, pues: Gravedad del delito.
Premeditación. Repetición. Menor gravedad del
delito. Edad. Sexo entre otras.

Gravedad del delito. -Cuando el delito es muy
grave, lo es también la dificultad de la enmienda. El
delincuente ha infringido tantos preceptos, hollado tantas leyes,
revela tal dureza y egoísmo, tanta falta de dignidad y
elevación, que al intentar modificarle para el bien,
apenas se encuentra un lado sano que pueda servir de
apoyo.

El que, por ejemplo, mata para robar o para heredar, une
de tal modo la crueldad a la vileza, hay en él una
perversidad tan honda, que no es dado esperar una completa
regeneración. Podrá conseguirse con mucho trabajo y
mucho tiempo que se vaya mejorando algo, que sea menos malo; pero
hacer de él un hombre bueno, en el tiempo y con los medios
que hay en este mundo, no lo creemos posible. Los grandes
malvados pueden tal vez modificarse algo, acaso bastante, nunca
lo suficiente para que el cambio pueda ser más que una
preparación a otro más radical que se consiga con
medios más eficaces, e introduciendo elementos de que no
tenemos aquí idea, pero cuya necesidad, si bien se
reflexiona, es evidente.

Al hombre, reo de crímenes atroces, podemos
apartarle del mal ejemplo que tuvo, de la ociosidad que le
depravó, ilustrar la ignorancia en que vivía; pero
con todo esto no haremos de él un hombre virtuoso y
honrado. Porque téngase en cuenta que los grandes
crímenes se cometen generalmente en la edad viril, cuando
el hombre tiene aptitud física para proveer a sus
necesidades, y conocimiento cabal de lo que hace. Decimos
cabal, porque si la ignorancia deja muchos puntos
obscuros en la conciencia, y da lugar a veces a perturbaciones
graves, no suele ser en los casos a que nos referimos, donde el
móvil egoísta, vil, y el hecho horrible, son cosas
de tanto bulto, que es imposible dejar de palparlas. Cuando se
hace mal en tanto grado, se sabe todo el mal que se hace; el que
asesina por robar o para heredar, o para imponer silencio a la
víctima de su brutal apetito, no puede ocultarse a
sí mismo la enormidad de su atentado, y si no lo siente,
no es porque lo desconoce.

El móvil puede variar mucho la gravedad del mismo
hecho y la probabilidad de enmienda en el autor. Por ejemplo, el
que mata por celos, no puede compararse en perversión al
que mata por robar, y el homicida que lo es por fanatismo
político o religioso, que no obra con conocimiento de
causa, sino que se equivoca teniendo por buena obra una
acción mala, es ciertamente culpable, pero no
incorregible, y no sólo corrección, sino enmienda
puede esperarse de él.

El fin no legitima, mas puede atenuar
más o menos la culpabilidad de los medios; pero cuando en
los medios y en el fin es todo malo, todo perverso, atroz y
evidente; cuando no hay en el culpable más
obcecación que la del egoísmo, que no le
impidió obrar con perfecto conocimiento de causa; cuando
nada esencial se le dice al penitenciado que él no supiera
antes de ser reo, la enmienda se dificulta mucho.

Premeditación. -Hay en el crimen
calculado una gravedad que no puede desconocerse, y que
generalmente no se desconoce, por lo que no es necesario insistir
acerca de ella. Pero suele haber mayor culpa que se supone en el
crimen que no se premedita y en que las más veces hay, si
no determinado cálculo, larga preparación de
vicios, faltas graves o muchas, y desenfreno de apetitos y
pasiones. La embriaguez, por ejemplo, puede excluir la
premeditación, pero no la culpa de llegar voluntariamente
a un estado en que no se razona: los dichos y hechos provocativos
de gente perversa, pueden excluir la premeditación, pero
no la culpa de asociarse con personas malas, y acudir a los
parajes que frecuentan: esos amores, con mucha propiedad
calificados de malsanos, pueden excluir la
premeditación, pero no la culpa de prescindir de la virtud
y aun de toda moralidad en las relaciones de sexo, convirtiendo
el apetito en señor absoluto, y declarando la
pasión irresponsable. El crimen impremeditado suele ser
una fiera que no se ha soltado de propósito, pero a quien
se deja adquirir bastante fuerza para que rompa la
jaula.

No decimos que se confunda el crimen que se calcula, con
el que no es efecto del cálculo; pero sí que hay
mayor culpa de la que generalmente se cree en los crímenes
impremeditados, y más dificultad que se supone para
corregir a sus autores. Muchos imaginan que el hombre que
acalorado hace una muerte, en cuanto se calma, es o
puede ser una persona excelente, lo cual, por regla a que con
dificultad se podrá hallar excepción, es de todo
punto inexacto; el sistema penitenciario debe considerar a los
autores de crímenes impremeditados, como a verdaderos
criminales, con mayor posibilidad de enmienda, pero con mucha
necesidad de corrección.

Es necesario enfrenar apetitos, calmar pasiones,
contener egoísmos, rectificar ideas, cambiar
hábitos; dar, en fin, al hombre el dominio de sí
mismo, para que no se convierta en depósito de materias
inflamables, donde cualquier caso fortuito determina una
explosión. La enmienda no es imposible ciertamente, pero
no tan fácil como se supone.

Repetición. – Es gravísimo el
caso de reincidencia en delitos atroces, y muchas veces no puede
atribuirse al influjo del mal estado de las prisiones, ya porque
el reincidente ha sufrido la pena en penitenciarías bien
organizadas, ya porque al entrar en el presidio por primera vez
había cometido más de un crimen.

Cuando un hombre mata por un poco de dinero, y el
recuerdo de su acción perversa está tan lejos de
causarle dolor, que la repite; cuando nada dice a su
corazón ni a su conciencia aquella criatura inmolada por
un interés vil; cuando se disfrutan las ventajas
materiales compradas al precio de una vida, y se inmola otra para
conseguir más, y se bebe y se brinda alegremente, y no
parece salir sangre de la copa que con el precio de la sangre se
llena y se apura tantas veces; cuando no se ve el ultimo gesto de
la víctima ni se oye el ¡ay! postrero, y si se
escucha, en vez de contener, excita a inmolar otras; cuando el
crimen parece que tiene sabor agradable y dejos dulces, y se
busca en su repetición la del placer que proporciona; en
frente de estas fieras, después de vencida la repugnancia
de acercarse a ellas, queda por vencer la dificultad de
humanizarlas. Repetimos respecto de estos criminales lo que
dejamos dicho del que lo es contra las buenas influencias que le
rodean; es posible modificarlos algo en el sentido del bien, pero
no creemos hacedero regenerarlos.

Menor gravedad del delito. – Entre el crimen
horrendo y la falta que se pena, tan leve a veces que no
debía penarse, hay una escala inmensa, grados diversos de
culpa y de dificultad para la corrección y enmienda. En
esta clase, la más numerosa, hay diversidad casi infinita
de moralidades: creemos que el mayor número de los penados
que comprende son susceptibles de corrección, y muchos de
enmienda. Aquí entran los delitos impremeditados, las
obcecaciones a impulsos de un móvil que en sí no es
malo y puede ser hasta bueno y generoso, la ignorancia, el error,
el mal ejemplo, la miseria; muchas circunstancias exteriores de
que se debía haber triunfado, pero que en ocasiones hacen
muy difícil el triunfo. Aquí están los que
son arrastrados por iniciativa ajena al mal, y perseveran en
él, por no atreverse a romper los lazos que los unen con
los malvados; aquellos cuyo delito es más bien la
resultante de sus vicios que de su propósito de delinquir;
los aturdidos, que colocándose en malas situaciones, para
salir de ellas se han creado otras peores; las víctimas de
la falibilidad de la justicia humana, y en ocasiones de leyes
injustas; los que han ido rodando por la sociedad con su primera
falta, como la bola de nieve que se desprende de la
montaña, y se aumenta y adquiere grandes proporciones con
los materiales que encuentra al paso: de estos elementos se
compone aquella multitud encarcelada, donde hay culpa
ciertamente, pero a la vez desgracia, y que si se ha
atraído las severidades de la justicia, también los
dulces sentimientos de la conmiseración. No
quisiéramos que este sentimiento influyera en nuestro
juicio, cuando pensamos que, con raras excepciones, los
comprendidos en la clase de que vamos hablando podrían
corregirse, y gran número enmendarse.

A pesar del mal estado de nuestras prisiones, y contando
con que muchas reincidencias no se comprueban, puede asegurarse
que gran número de licenciados de presidio no reinciden, y
aunque estemos lejos de creer por eso que estén enmendados
siempre, será cierto que hallan medio de vivir sin
infracción abierta de la ley. Esto prueba que el hombre,
en las peores condiciones, tiene una gravitación moral muy
fuerte hacia el orden y la justicia: tal es el secreto de los
resultados de las colonias penales, donde se atribuye al sistema
lo que es obra de la naturaleza humana.

Idea general de los diferentes sistemas
penitenciarios

Mientras el objeto de la pena fue suprimir al penado o
escarmentarle, su cometido cruel era sencillo; es fácil
matar o mortificar a un hombre; pero desde el momento en que se
le quiere corregir, el problema se complica y su
resolución ofrece grandes dificultades; unas, que se
presentan en la esfera de la teoría, otras, en el terreno
de la práctica.

Desde que la ciencia y la caridad han rasgado el velo,
que, como losa fúnebre sobre hombre enterrado vivo,
cubría a los infelices condenados por la ley; desde que
empezaron a revelarse los misterios de dolor y de ignominia que
había detrás de las rejas y de los muros de una
prisión; desde que surgió como un nuevo sentido en
el hombre el respeto a la dignidad humana; desde que la ley de
amor ha empezado a practicarse, hemos tenido grandes
revelaciones; se ha extendido la esfera del deber y del derecho,
y reconociendo el que tiene todo ser racional a la justicia, nos
hemos formado de ella idea más exacta,
practicándola con los mismos que la niegan o la pisan. No
ha mucho que esto sucede, y no obstante, se han escrito miles de
libros sobre las leyes penales y la índole y
aplicación de la pena: se tratan en ellos las grandes
cuestiones y los pequeños detalles, considerando el asunto
bajo todas sus fases, y dando a la discusión el sello del
amor a la humanidad y del respeto al derecho. No se puede
considerar sin enternecimiento y legítimo orgullo este
numeroso grupo de pensadores y hombres de caridad, que llevan su
amor y su pensamiento a los que abrigan odios y han empleado para
el mal su inteligencia. Santa y noble vocación, que los
llama a curarla llaga más hedionda y más rebelde de
las que atormentan y desfiguran el cuerpo social. ¡Bendita
perseverancia de los que acabarán por triunfar de tantos
obstáculos como se oponen a la reforma de las
prisiones!

La diversidad de pareceres sobre puntos importantes
prueba que los estudios penitenciarios no han llegado aún
a constituir una verdadera ciencia6, y si sus progresos no son
tan rápidos como debería esperarse del
número, dotes intelectuales y morales y actividad de los
que la cultivan, consiste en que su objeto es el hombre, cuya
naturaleza y fin se considera en este momento de tan diverso
modo. La ciencia penitenciaria viene a cimentarse sobre un suelo
movedizo, y por eso su trabajo es más rudo y menos
fecundo; pero al fin fructificará, porque la verdad no es
estéril ni perecedera.

La impaciente voluntad propende a irritarse, al ver que
después de tan meditadas teorías se conserven en
tantos pueblos las malas prácticas; que no haya ninguna,
por absurda que sea, que no tenga partidarios, ni sistema que no
encuentre defensores. Pero la lentitud del progreso es ley en las
ciencias sociales: cuando se trata del hombre, nada hay
fácil ni breve: la oscuridad de tantos misterios y el
ciego impulso de tantas pasiones dificultan la
consolidación de conocimientos que necesitan luz y reposo.
Resignémonos, pues, con que no pertenezcan a la historia
los diferentes sistemas penitenciarios, que si referidos a otros
tiempos eran una desdicha, en los nuestros, a la vez que un mal,
parecen un anacronismo, y aun diríamos una vergüenza,
porque causa cierto rubor que, desde el momento en que brilla la
luz de la justicia, no la vean todos claramente.

Un día llegará en que no se discutan las
leyes penitenciarias, como no son discutidas hoy las de la
gravedad; un día llegará en que no sea cuestionable
el modo de penar al delincuente; y si siempre es de temer que
haya algunos que no se enmienden, al menos no se disputará
sobre el método que hay que seguir para procurar su
enmienda. Entretanto que ese día llega, no se puede
prescindir de la realidad ni hacer caso omiso de opiniones, que
no nos parecen razonables, pero que son fuertes, puesto que se
traducen en hechos. Cinco son los sistemas que, con más o
menos derecho a ser así llamados, y con mejores o peores
razones, se defienden en teoría y se realizan en la
práctica; estos sistemas son:

De clasificación. Colonias penitenciarias
(deportación). De Filadelfia. De Auburn.
Irlandés.

Sistema de
clasificación

Este sistema encierra al penado, y comprendiendo cuanto
puede depravarse con el trato de otros que sean peores que
él, y juzgando de las moralidades por los delitos, agrupa
a los que han cometido los de la misma clase: ladrones con
ladrones, asesinos con asesinos, separando también los
adultos de los jóvenes, y de éstos los
niños. Durante la noche ha de haber aislamiento, aunque no
falta quien sostenga que los dormitorios deben ser comunes para
los reclusos de la misma clase. La instrucción literaria y
religiosa suelen recibirla en un local común. Se pueden
dedicar los penados a labores fuera del establecimiento,
suponiendo grandes ventajas en que se ocupen en obras
públicas y trabajos penosos e insalubres. Los escritores
partidarios de este sistema (los que conocemos, al menos) no le
han formulado con bastante claridad y de una manera completa;
quedan muchos puntos por resolver, y hay bastante variedad en el
modo de considerar otros, y mucho de vago, de insuficiente y aun
de contradictorio. Más bien que un sistema, nos parece una
transición, entre el dejar comunicar a los penados
libremente y aislarlos del todo: viendo los males de lo primero y
las dificultades de lo segundo, los espíritus apocados, o
aficionados a las soluciones fáciles, adoptaron
ésta, que tuvieron por término medio y justo,
puesto que ni dejaba enteramente confundidos a los reclusos, ni
los sujetaba a las amarguras de la soledad, ni al Estado a gastos
cuantiosos para procurársela.

En España, no es lo mismo imprimir y
publicar, y con frecuencia lo impreso puede considerarse
como inédito.

No es posible detenerse un momento a reflexionar lo que
debe ser una prisión, sin convencerse de que, al comunicar
los criminales entre sí, se pervierten, se amaestran en
sus malas artes, y tienen tendencia a ponerse al nivel del peor,
que es quien goza de mayor autoridad.

»Se ha pensado, pues, en clasificarlos, para que
los peores no se reúnan con los menos malos, y como si
dijéramos, para fijar un máximum, el más
bajo posible, a la perversidad de cada clase.

En la clasificación se atiende a la edad,
reincidencia, género de delito, teniéndose por
más perfecta la que más grupos forma. La
clasificación no es posible, y si lo fuera, sería
inútil. Puede contribuir al orden material de la
prisión, mas para el orden moral es impotente. La
clasificación busca identidades, o cuando menos grandes
semejanzas, y dice: Los penados de la misma edad, del mismo
delito, los reincidentes, deben parecerse. Pero la experiencia no
confirma esta suposición. Hay jóvenes, de tal
manera depravados, que pueden dar lecciones de maldad a los
veteranos del vicio y del crimen. La misma condena, por el mismo
delito, recae a veces sobre individuos muy diferentes, ya por
falta de prueba, que determinó disminución de pena,
ya por las circunstancias en que se halló el culpable,
legalmente tan malo como otro, moralmente mucho mejor. La
reincidencia es unas veces efecto de maldad; otras, de la
situación en que se halla el licenciado de presidio, con
tan pocos medios de ganar su subsistencia honradamente en una
sociedad que no cree en su honradez.

Así, pues, la clasificación es material,
de moral que debía ser; y si para alcanzar la
perfección queremos subdividir, aumentando el
número de grupos y disminuyendo el de individuos que los
componen, llegaremos a la unidad, si no hemos de incluir en la
misma categoría moralidades muy diversas.
¿Podríamos hallar la solución del problema
mirando la pena como exclusivamente correccional, y diciendo que
ha de durar lo necesario para la corrección del penado?
Tampoco así aparece el punto fijo que hemos
menester:

1.º porque nadie sabe cuándo un delincuente
está corregido.

2.º Porque los más culpables son los que
suelen dar señales exteriores, únicas que podemos
apreciar, de corregirse más pronto.

3.º Porque las penas leves, que duran días,
no pueden ser correccionales, en el sentido que a la palabra
correccional se da.

¿Qué hacer, pues? ¿Queda otro
recurso que la escala desde un día a treinta años,
para la pena, y desde la leve falta al más grave delito,
para la culpa?

Al establecerla, pensemos mucho en dos cosas.

1.º Que siendo las nociones de tiempo y de culpa
muy diferentes, no pueden corresponderse exactamente.

2.º Que si dos cosas no pueden ser medidas con
exactitud, cuanto más se detalla la medida, más
errores se cometen; como si con un instrumento grosero, capaz
sólo de apreciar metros, queremos tener milímetros,
la operación más detallada será más
inexacta, aumentando su inexactitud a medida que los detalles
aumentan; y partiendo de ellos para nuestros cálculos,
éstos saldrán errados por necesidad.

Conclusiones

Al dar idea de los diferentes sistemas penitenciarios,
aunque brevemente, hemos hecho su juicio crítico, y hemos
podido ver que la clasificación nos parece imposible, y,
caso de no serlo, inútil; que la reclusión
constante en la celda es cruel e impropia para la
educación; los medios empleados en Inglaterra,
últimamente, unos aceptables y otros no. A nuestro
parecer, la solución del problema está en el
sistema que tiene al recluso en su celda para dormir y comer, y
le aísla por medio del silencio en el taller donde se
instruye, en la capilla donde acude a las ceremonias del
culto.

Tenemos el íntimo convencimiento, de que la
reunión silenciosa en la medida necesaria y que
aísla moralmente al recluso es posible, aun en
penitenciarías más pobladas que las de Suiza, y sin
recurrir a los castigos brutales de los Estados Unidos, siempre
que haya un buen sistema de penas disciplinarias y recompensas, y
que los empleados cumplan bien con su deber: esta es la
gran dificultad y la causa de nuestras dudas.

Condiciones que debe tener el sistema penitenciario para
ser verdaderamente educador y correccional. Partimos del supuesto
de que no se haga el ensayo del trabajo en común, bajo la
severa regla del silencio, o de que salga mal. El penado
estará en la celda para dormir, comer y trabajar, y en
ella recibirá la instrucción industrial de
maestros, que a la vez serán vigilantes. Saldrá de
la celda para recibir la instrucción moral, religiosa y
literaria, para pasear y para la voluntaria asistencia a las
ceremonias del culto.

Podrá ser visitado por los empleados, el
capellán y el médico, y por las personas de su
familia que ofrezcan garantías de moralidad, si por su
mala conducta no se hace indigno de este beneficio;
también podrán visitarle los individuos de las
asociaciones caritativas, si tienen condiciones de
ilustración, prudencia y moralidad suficientes.
Trabajará, a ser posible, en su oficio, si le tiene y es
productivo; si no, aprenderá uno que lo sea, y más
de uno si es hábil, y su condena larga.

Su instrucción, tanto industrial como moral,
religiosa y literaria, será tan extensa como fuere
posible, salvo en aquellos casos raros en que algún
género de conocimientos pareciere peligroso, y no se le
enseñarán.

La disciplina de la prisión tendrá por
base, más bien la esperanza de las recompensas, que el
temor de los castigos. Éstos nunca serán crueles ni
degradantes; ni aquéllas, propias para halagar los
apetitos groseros. La rebaja de la condena no podrá
obtenerse sino con la buena conducta, ni será nunca
más de la décima parte. Cuando el penado salga con
rebaja, la libertad será condicional, y
volverá a la prisión, aunque no cometa delito, si
es mala su conducta.

En la penitenciaría, las distinciones se
harán en virtud de la conducta que allí observen
los penados, y no por la posición que ocupaban en la
sociedad. Allí se dará a todos lo necesario y lo
justo; lo superfluo, sólo como recompensa. En cuanto a las
formas y consideración, se ha de tratar al último
criminal de modo que, habiendo igualdad para todos, no se deba
ofender el gran señor.

Los jóvenes, cuando no hayan dado pruebas de gran
perversidad, serán educados en colonias agrícolas:
si por su maldad se viera que habían llegado para el
crimen a la mayor edad, no hay inconveniente en que para la pena
se les considere como mayores. En lo esencial, no debe haber
diferencia entre las penitenciarías de hombres y de
mujeres. Las jóvenes, ya por la mayor precocidad del sexo,
ya porque es raro que adolescentes cometan delitos, no se
llevarán a prisiones especiales, y bastará, cuando
parezca conveniente, tratarlas con alguna más blandura.
Las prisiones deben ser iguales en cuanto a su régimen y
disciplina, sin más diferencia que las indicadas respecto
a las colonias agrícolas para jóvenes
delincuentes.

El alimento, el vestido y la habitación debe ser
lo necesario para que no se altere la salud ni abrevie la vida,
que siempre acorta la pérdida de la libertad, y para que
el recluso adquiera hábitos de limpieza que, contribuyendo
a darle dignidad, influirán en su corrección. El
personal ha de ser ilustrado, moral y retribuido y considerado al
par de los funcionarios que más se honran, por no haber
ninguno que llene misión más elevada. Todos los
abastecimientos han de hacerse por administración,
auxiliándose con Hermanas de la Caridad. Los productos del
trabajo no se sacarán al mercado, sino que se
consumirán en los establecimientos y dependencias del
Estado.

Al salir de la prisión, el penado ha de hallar
facilidades para ser honrado, dificultades para reincidir, lo
cual se conseguirá haciendo distinción de los que
deben, o no, disfrutar de libertad completa, y obteniendo la
cooperación de las sociedades caritativas, sin cuyo
auxilio quedará siempre incompleto el sistema
penitenciario. Por otra parte, las cárceles preventivas
para no sentenciados y las prisiones penitenciarias para los que
cumplen con las penas impuestas por sus delitos real y
verdaderamente ¿sirven para, o cumplen su cometido de
reinsertar a los delincuentes a la sociedad?, ¿realmente
los readapta a la sociedad de la cual proviene y a la cual
agravia con su actitud y su proceder rompiendo las reglas
sociales y la ley impuesta por ella?.

Creemos que, como el caso de la Cárcel Distrital
y Municipal de Villaldama 6) es solo un ejemplo de la necesidad
de revisión de las prisiones preventivas que, como muchas
otras en el Estado y en el País no cuentan con
instalaciones, infraestructura, sistema legal o reglamentario
internos que determinen a ciencia cierta los procedimientos y las
obligaciones de los Munícipes de proveer a todo lo
necesario para el buen desempeño de autoridades policiales
y custodios en materia de reclusorios preventivos y de las
funciones de los oficiales de policía a los que convierten
en mandaderos del Alcalde, del cabildo, en lavadores de
patrullas, en cuidadores de edificios de los ediles y no en
profesionales de la seguridad porque no les otorgan valor alguno
a su desempeño, menos aún a la institución a
la que representan. Estas últimas merecen un estudio
más somero.

Bibliografía

NOTAS:

1) http://www.villaldama.gob.mx

2) Diccionario Enciclopédico
Hispano-Americano, Montaner I Simón Editores,
1887.

3) Monografias.comEstudios Penitenciarios.-Concepción
Arenal

4) Penología Y Sistemas Penitenciarios.-
RINCONDELVAGO.COM.

5) Monografías.com

6) Secretaría de Seguridad Pública y
Tránsito Municipal de Villaldama, N. L.

ANEXOS

1.- Medidas internas de seguridad implementadas en la
Cárcel Municipal y Distrital de Villaldama,
N.L.

2.- Planteamientos a la Subsecretaría de
Administración Penitenciaria de la Secretaría de
Seguridad Pública de N.L., relativas a la Cárcel
Municipal y Distrital de Villaldama, N.L.

3.- Listado de internos implementado en la Cárcel
Municipal y Distrital de Villaldama, N.L.

4.- Informe de relación de internos elaborado
para la Subsecretaría de Administración
Penitenciaria de la Secretaría de Seguridad Pública
de N.L., relativo a la Cárcel Municipal y Distrital de
Villaldama, N.L.

5.- Reporte diario de actividades implementado en la
Cárcel Municipal y Distrital de Villaldama,
N.L.

 

 

Autor:

Lic. Luis Humberto Bernal
Gonzalez

UNIVERSIDAD AUTONOMA DE NUEVO
LEON

Monografias.com

FACULTAD DE DERECHO Y
CRIMINOLOGIA

Monografias.com

Diplomado en Seguridad
Pública

DICIEMBRE 2008

Partes: 1, 2
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